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Una antítesis de Santo Domingo

PARIS.- Caminar por las calles del centro de esta ciudad, libres de basura, con amplias aceras, iluminadas, siempre nos recuerda, por contraste, las penurias que pasamos los residentes de Santo Domingo, con su desorden y sus ineptas autoridades municipales, en un caos urbano que no despierte el mínimo interés de los políticos, siempre como sanguijuelas entretenidos en chupar del presupuesto.

La organizada capital de francesa es como la antítesis del desastre en que transcurre la vida de la capital dominicana, caracterizada por la suciedad, estrecha y descuidadas aceras, ruido infernal, oscuridad, inseguridad, y sobre todo, porque no tiene dolientes, dirigida ahora y antes por merengueros, cómicos y programeros, que saben de muchas cosas, pero –por la calamitosa situación en que vivimos- no entienden ni conocen siquiera el ABC de la organización de una ciudad, y con lo poco que hacen muestran que ignoran lo más elemental de su papel de gerentes.

Contrario a lo que ocurre en la Ciudad Primada de América, la Ciudad Luz deja la impresión de que –sin ser perfecta- cada cosa está en su lugar, y los miles de personas que caminan por sus calles a todas horas del día, son la mejor evidencia de un esfuerzo constante para asegurar que esta metrópolis está organizada para que viva la gente.

No hay voladoras, tampoco jepetas estacionadas en las aceras, ni los ingenieros pueden ocupar el espacio público expulsando a las personas con sus materiales de construcción.

Los conductores saben que las violaciones a las reglas del tránsito se pagan porque hay vigilantes celosos para asegurar que se cumplan.

En Santo Domingo los riesgos en las aceras y la inseguridad en las calles prohíben el placer de caminar por la ciudad. Aquí se siente la libertad de moverse y la ciudad invita a disfrutarla.

Los bares y restaurantes no agreden el espacio público. En cambio, son parte del agradable paisaje urbano, con sus toldos rojos y sus pequeñas mesas ordenadas para no ocupar una pulgada más de las que están autorizadas y por cuyo uso pagan.

Aquí el peatón es el rey, es gente, no víctima de los depredadores urbanos que se engullen la ciudad de Santo Domingo amparados por la indolencia de esos a quienes pagamos para que la administren.

Las señales verticales y las que se dibujan en el pavimento existen y guían a locales y visitantes… si a millones de turistas, porque aquí el turismo es una realidad, no un discurso hueco para uso mediático al estilo cómico de nuestro alcalde Esmerito Salcedo, y a propósito de Salcedo, el rector de París iría a la cárcel si descubriera algo parecido al mal uso de los recursos que encontró allá la Cámara de Cuentas.

Por Manuel Quiterio Cedeño

 

 

 

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