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Medio siglo en la comunicación

Manuel Quiterio Cedeño

Este miércoles recibí de la Asociación de Escritores y Periodistas el premio Caonabo de Oro 2019, que reconoce una vida dedicada al periodismo. ¡Gracias! En pocos días cumpliré 45 años de tener el título de licenciado magna cum laude de la UASD, pero mi romance con el periodismo viene de más lejos. Comparto un resumen de mis palabras de agradecimiento:

Mi vocación para el periodismo se definió a los 11 años, en 1964, en el 7mo de primaria. Leí en El Caribe la oferta de un curso de periodismo por correspondencia y me interesé. Mi hermana Margarita lo compró. Entonces cree un periódico en mi curso. Tomé una hoja de papel legal rayado, dividí cada una de sus cuatro páginas en dos columnas y escribí a mano el primer ejemplar. Cinco compañeras se ocuparon de hacer una copia siguiendo mi original.

Ya estaba estudiando mecanografía y mi padre trajo a la casa una máquina de escribir nueva. Con ella pude hacer ediciones más numerosas usando papel de copia y papel carbón.

Como también me gustaban las matemáticas, al mismo tiempo que desarrollé mi inclinación a escribir con las tareas del colegio de la Salle de Higüey, y disfrutaba de las clases de sociales y humanidades, le tomé amor a las matemáticas y, en cuarto de bachillerato, al dibujo lineal. Pensé entonces que mi vocación era la ingeniería. Pero en diciembre de 1968 gané con un ensayo el concurso literario de la Diócesis de La Altagracia.

Vine a la UASD en septiembre de 1969 a estudiar ingeniería. Me inscribí en el Colegio Universitario en la tanda matutina. Mi hermana Margarita, de nuevo empujando mi real vocación, me preguntó a qué dedicaría las tardes, yo que estaba acostumbrado a trabajar todo el tiempo (en mi familia, había que ir a la escuela, sacar buenas notas y trabajar en el tiempo libre).

Vi que me sobraría la tarde. Margarita me estimuló  a inscribirme en la carrera de periodismo que se hacía por las tardes y no necesitaba hacer el Colegio Universitario completo y aprovechar el tiempo. Lo hice. Fui el mejor alumno de ese primer semestre. Me gustó y olvide la ingeniería.

Hoy recibo un premio después de recorrer durante 45 años, con mi título de licenciado a cuesta, todos los senderos por los que puede caminar un periodista. Mis grandes pasiones: el periodismo y la comunicación; el aula (38 años como profesor universitario), y en los últimos 35 años el turismo. Esto último cuando me convencí en Acapulco (México), en 1977 que ese era el futuro para mi país. Ya es el presente.

He recibido reconocimientos, pero el mayor, del que siento más orgullo, el gran premio, es cuando me encuentro con uno de los profesionales que conocí en mis clases y al verme me saluda: “maestro”, “profesor”. Otro grandísimo premio es cuando alguien me dice “gracias” porque una de mis acciones periodísticas contribuyó a resolver algo,  a seguir adelante, a desencallar un proyecto o impulsar un proceso. Por tantos privilegios debo decir ¡Gracias!

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