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La auyama sólo pare auyamitas

En el macuto en el que cargo la herencia campesina recogida en mi trajinar de juventud por el Higüey rural, pre turístico, tengo guardada una frase, que desempolvé en los días de gloria de Hugo Chávez, para sustentar mi convicción sobre el declarado aliento anti democrático del “chavismo”.
La usé para dar respuesta a declaración de fe chavista de un apreciado amigo periodista, a quien después de escucharle un buen rato le dije: “La auyama sólo puede parir auyamitas”.
Hugo Chávez se formó en el cuartel, un ambiente de “orden” y “obediencia”. Estructura vertical donde las personas se forman para obedecer, cuando están en la base de la pirámide, para mandar cuando ascienden y para ser “palabra de Dios” cuando son máximos responsables. La militar, es una cultura quizás buena para la guerra, pero representa todo lo contrario de la cultura de la democracia, que conlleva participación, consulta, consensos… Un comportamiento social que propone como primera opción –sin descartar la confrontación como posibilidad- la articulación y el diálogo, para construir a partir del encuentro sustentado en los que unen y posponer lo que divide.
La cultura militar clásica de los cuarteles en América Latina se construye sobre la teoría de la fuerza y el uso del poder. Donald Trump dijo recientemente, que el poder de los Estados Unidos es invencible. Tenía como escenario el más poderoso portaviones jamás construido. Quería significar que el poder norteamericano descansa en las armas, no en el desarrollo tecnológico, la capacidad industrial, la creatividad de su gente, su dominio de la ciencia, en fortaleza social de sus tradiciones democráticas. En esos mismos días el bufón que hace el papel de dictador de Corea del Norte, un pueblo sumido en la miseria, alardeó del poder de sus cohetes atómicos de alcance trasatlántico.
La cultura del poder y su deriva militarista no producen democracia. Esa es la incubadora de la formación política de Hugo Chávez. Por eso su primera opción fue asaltar el poder. Si hubiera creído en el pueblo, habría renunciado al cuartel para crear un partido. Tenía prisa. No podía esperar. Así son las mentes autoritarias. Escogió el golpe de Estado, porque así proceden quienes no creen en la democracia, y los dictadores como él que se auto designan salvadores. La democracia es una construcción colectiva, no una función de profetas.
El chavismo será una historia corta. Pero ha tenido suficiente tiempo para destruir a Venezuela. Los pobres y los deseosos de salir del tollo creado por la vieja política, desencantados de la democracia, buscaron un dictador. Olvidaron que no hay dictador bueno. No sabían que la “auyama sólo pare auyamitas” y que con un autoritario consumado nunca se construyen procesos democráticos genuinos. Por amor a Venezuela, hubiera querido equivocarme, pero mi visión campesina y convicciones democráticas no me dejó equivocarme. Esta es de las veces que hubiera querido no tener la razón.

Manuel Quiterio Cedeño

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