Es necesario desarrollar un turismo masivo en la región sur del país
Por Juan Lladó
Publicado en Diario Libre el pasado viernes 14 de mayo.
El principal atractivo para lograr un desarrollo rápido y efectivo del turismo en el Sur, sería la explotación de las playas.El Suroeste no tiene turistas que le escriban. La región más pobre y despoblada del país carece de suficiente músculo político para conseguir que se haga lo necesario para su desarrollo turístico. Pero ahora con los US$750 millones de los bonos soberanos para inversiones en infraestructura, cabe preguntarse si el Estado aupará su despegue con un tardío gesto de equidad.
No es que el Estado haya estado ausente. Las bondades turísticas de las provincias Barahona, Pedernales, Independencia y Bahoruco comenzaron a proyectarse cuando, hace más de dos décadas, se construyó la red vial de la región y el aeropuerto de Barahona. El Banco Central siguió con “paradores turísticos” en las mejores playas y sucesivos gobiernos han promulgado leyes y decretos de apoyo en respuesta a los reclamos de atención.
El potencial
Ya en el 1996, el entonces secretario de Turismo, Felucho Jiménez, proclamó el potencial ecoturístico del Suroeste y planteó traer jabalíes de Polonia para crear el turismo de caza. Subsecuentes estudios de la cooperación internacional bautizaron la región como Meca del ecoturismo y el Banco de Reservas financió un primer hotel que luego fracasó. Jiménez también anuncio un megaproyecto para Bahía de las Águilas (BdlA), pero la fiera oposición de los ambientalistas lo bloqueó. Desde entonces la Academia de Ciencias y la UASD han propuesto un desarrollo alternativo en Cabo Rojo.
Recientemente las autoridades han anunciado dos veces un enorme proyecto en Pedernales, pero no se sabe cuando arrancará. La dilación hace temer que corra la misma mala suerte que el de las aguas termales de Canoa, en Barahona. Mientras, las obras de remozamiento para Barahona que si han comenzado difícilmente generen visitas de turistas extranjeros.
Los inversionistas
Lo sucedido demuestra que, sin BdlA, la inversión privada prefiere otros destinos. Las otras playas de la región no atraen inversionistas. Ya sea por una fuerte resaca en Saladilla, San Rafael y Quemaito o los pedregales de Paraíso y Enriquillo, su área de baño es poco acogedora y algo peligrosa. De ahí que los propietarios de las colindancias no encuentren compradores con los “altos” precios que le han fijado a sus terrenos.
El resultado neto es que en el Suroeste los turistas extranjeros están “como muela de garza”. La cooperación internacional no cesa de hacer eventos de capacitación para promover el “turismo comunitario”, el “turismo transfronterizo”, el “turismo binacional”, etc. Pero la triste realidad es que esos esfuerzos crean expectativas que difícilmente puedan ser redimidas sin una fuerte intervención estatal.
Opción difícil
Decidir la naturaleza de la intervención estatal no es una tarea ciclópea. La opción del ecoturismo –en su versión comunitaria o de aventura- es la mas difícil de trabajar y no traería mas que pequeños grupos de visitantes. Lamentablemente, las aves de la Sierra de Bahoruco o el Hoyo de Pelempito no generarían visitas masivas y califican sólo como atractivos complementarios. Además, los ecoturistas exigen un nivel de calidad en los servicios que tomaría mucho tiempo lograr.
Para un desarrollo turístico masivo, entonces, el atractivo fundamental son las playas. Las alternativas son sólo dos: o se propicia un desarrollo planificado en Cabo Rojo/BdlA o se arreglan las otras playas de Barahona. También es posible hacer ambas cosas, pero en un ambiente de escasez de recursos una sola bastaría para lograr la meta de detonar el desarrollo.
¿Cabo Rojo?
La opción de BdlA es la menos fácil. Se podría optar por Cabo Rojo como alternativa, pero nunca ha existido tanto interés en esa playa por parte de los inversionistas. Siempre sería posible neutralizar la oposición de la comunidad ambientalista con un bien concebido proyecto de turismo de baja densidad, pero habría que instalar unos controles ambientales muy drásticos y hacer una inversión cuantiosa en medidas de prevención. Lo más realista entonces sería arreglar las demás playas, aun cuando los propietarios de sus terrenos colindantes tuvieran que compartir los costos.
Bonos soberanos
Para cualquiera de las opciones sería muy difícil hacer algo que funcione sin invertir por lo menos US$100 millones. El Estado ha invertido más que eso en el desarrollo turístico de cada uno de los polos exitosos, con la excepción de la Costa Este. Si bien esos lugares tienen una población que lo amerita, el Suroeste es más necesitado. Con el desarrollo del turismo en la región se reducirían las más altas tasas de desempleo y de mortalidad infantil del país.
Dedicar el 13% de los bonos soberanos mencionados a combatir la extrema pobreza del Suroeste con el desarrollo turístico debe ser la meta gubernamental. Es de lógica elemental y de imperativo moral que en la distribución del gasto público se priorice a los pobres si se quiere una “sociedad cohesionada” o un turismo sostenible. La industria sin chimeneas no podrá alardear de “incluyente” a menos que integre esa soslayada región.