El turismo en el tiempo electoral
La campaña electoral ya entró en su etapa crucial. Faltan 91 días para la fila que nos lleva a la urna. Soy de los que predica el voto. La abstención solo sirve para que otros decidan por mí. También aparezco, por edad y por vocación, en uno de los primeros lugares de la lista de los idealistas que propugna porque los aspirantes presenten programas, es decir, que pongan por escrito lo que proponen para manejar el país.
Por eso, en las organizaciones en las que participo, en aquellas a las que asisto o asesoro y en las que soy amigo, siempre propongo como estrategia para los tiempos electorales, “forzar” el debate elaborando las propuestas institucionales.
Es un importante cambio de estrategia para manejar la “lentitud” usual de nuestros políticos profesionales para las ideas.
Lo tradicional es invitar a los que quieren dirigir el país a que nos expliquen qué quieren hacer en el sector en el cual nos movemos, trabajamos, producimos, vivimos…
Mi propuesta estratégica cambia el escenario. Propone invitar a los aspirantes no sólo para escucharlos, también y más importante, para decirles nosotros lo que queremos de ellos y escuchar lo que ellos piensan de nuestras propuestas.
El escenario de la democracia tiene dos componentes importantes. Primero, reconocer que el otro existe, con derechos, con ideas, con una visión de la sociedad y de su entorno inmediato; y segundo, escuchar, dialogar y abrir los caminos y puentes para pasar de la confrontación a la articulación. Todos somos parte de esta sociedad, y ser parte nos da derechos y nos compromete a reconocer y articular con el otro, igualmente propietario.
A partir de esta concepción democrática, el accionar incluye escuchar y dialogar con los políticos, pero dialogar no sólo partiendo de sus ideas; porque el intercambio –siempre entre iguales, sólo con roles diferenciados- supone que ellos, los políticos, nos escuchen y nos expliquen cómo entienden y valoran lo que nosotros queremos. Porque en democracia, nosotros tenemos derecho a “querer”.
Las organizaciones del sector turismo tienen que repetir, sin cansarse, la experiencia de la Asociación de Hoteles y Turismo de la República Dominicana (ASONAHORES) en las elecciones pasadas. A partir de una consulta con todas las organizaciones que participan en ella (esta entidad es en realidad una federación de asociaciones que reúnen empresas turísticas), se elaboró un documento que se ha convertido en el programa de esta institución empresarial.
En ASONAHORES ya participa un importante grupo de entidades empresariales turísticas y quizás esto contribuya a que en un futuro no lejano se cristalice un concierto institucional en el que participen todas las organizaciones empresariales turísticas con el objetivo de tener un “programa decenal” a partir del cual concertar con los gobiernos. Ojalá también ADOMPRETUR, que es mi gremio profesional, elabore su programa institucional.
Manuel Quiterio Cedeño