Contaminación visual Afecta observación
Extranjeros y nacionales coinciden en que el nuestro es un país bello. Donde seguramente difieren es como cada uno pondera los paisajes. Mientras el extranjero resiente su mutilación, la mayoría de los nacionales la ignora. Puesto que la contaminación visual disminuye la calidad de la experiencia turística, nuestros congresistas deben detener la barbarie paisajística.
Muchas encuestas a viajeros muestran que los paisajes figuran entre los principales imanes de la visita turística. Algunas, inclusive, los sitúan en primer lugar de importancia entre los atractivos del país anfitrión. Las razones de este aprecio no son difíciles de intuir. Los paisajes reflejan la belleza física de un destino y, en tanto una fuente de satisfacción estética, producen una reacción emocional de placer y relajación.
Los paisajes de campiña en particular se asocian con una imagen idílica del medio rural que se mezcla con la nostalgia y el romance. Son obras de arte naturales. Su huella de armonía y redención es, por ende, un sublime afrodisíaco para la estadía del visitante. Los turistas construyen su imagen del país anfitrión -con todo lo que eso puede implicar para la publicidad boca a boca del destino– en parte sobre la base de esos paisajes.
Obviamente, los paisajes deben valorizarse como un patrimonio público de gran importancia económica. Están presentes en los folletos de los touroperadores y los sitios web de los hoteles para persuadir a los potenciales viajeros a escoger un destino, pero también proyectan lo mejor del mismo a través de las postales que los turistas envían desde aquí a familiares y amigos. Cuando al regresar a casa el turista inspecciona las fotos tomadas, los paisajes pueden inducirlo a volver.