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Grandes desafíos de Pedernales

Nuestra realidad social urge de una mirada crítica, reflexiva, integral, si no deseamos el fracaso. La lección de Verón debería servirnos para algo.

Ensimismado como está por las obras en ejecución resultado del proyecto de desarrollo turístico y del océano de elogios mediáticos producidos, Pedernales vive la cotidianidad ciego, sordo, mudo y enajenado ante retos que hace rato debió acometer, si la apuesta provincial es huir del fenómeno de la “veronización”, o sea, de fuñirse.

Replicar en el extremo sudoeste el caos social del Verón de la provincia turística La Altagracia, parido por un progreso turístico al margen del diagnóstico y la planificación situacional y sin construir el bienestar general comunitario en el contexto, sería un grave acto de irresponsabilidad, imperdonable y atribuible a las autoridades, pero también al liderazgo político, empresarial y social local que lo calla porque no lo percibe, o por complicidad.

Grave porque se conoce de sobra la experiencia de arrabalización, prostitución, drogas, promiscuidad y delincuencia con guetos de familias haitianas y dominicanas llenas de miseria y enfermedades que caracterizan la comunidad situada en la punta este del territorio nacional a causa del predominio de un enfoque de turismo meramente economicista admitido por los mismos desarrolladores de proyectos. Reproducirla en nuestro pueblo fronterizo con Haití sería un crimen colectivo.

Y más grave porque el mismo Gobierno, en voz del presidente Luis Abinader y los gestores del proyecto de desarrollo turístico, como el director ejecutivo Carlos Peguero, han planteado repetidamente la importancia de haber comenzado desde cero la construcción del destino Pedernales porque así evitarán los errores cometidos en otros polos turísticos; sin embargo, hemos sido incapaces de tomarles la palabra, aportar o, mínimo, reclamar que las instituciones actúen en esa dirección.

Si seguimos indiferentes, más temprano que tarde tendremos el paraíso en Cabo Rojo y, en Pedernales, la “ciudad del padecimiento”, o sea, el infierno, porque no bastaría con los empleos que se generen en las áreas de hoteles. 

Ya hay señales tenebrosas.

Día y noche pululan por las calles y negocios del pueblo niños y niñas de nacionalidad haitiana mendigando limosnas. Personas dementes, apacibles o agresivas, desnudas o vestidas, víctimas de las drogas, del hambre o la herencia, viviendo su mundo, pero también encuerando la incapacidad de las autoridades y la sociedad civil para abordarlas y llevarles a lugares donde se les dé un trato digno.

La periferia de la ciudad está plagada de arrabales y miseria. De ranchetas sin servicios donde sobreviven haitianos y dominicanos.  

Las comunidades agrícolas de Sierra Baoruco (Aguas Negras, Mencía, Los Arroyos y La Altagracia), además de Las Mercedes (contigua a la carretera Cabo Rojo Aceitillar), presentan un preocupante predominio de familias haitianas respecto de las dominicanas. En general, la relación debe estar en 10:2. La sostenida falta de atención ahuyentó a los dominicanos. 

Cada vez, más jóvenes mueren en siniestros de tránsito por excesos de velocidad en motocicletas ruidosas. Cada vez más narcotráfico y más jóvenes presas de la desgracia de las drogas.

Cada vez, más delincuencia callejera expresada en atracos, asaltos y escalamientos de viviendas. Más violencia y menos respeto a los mayores, a la convivencia y la solidaridad que una vez nos hizo un pueblo envidiable. 

La situación tétrica no está como para ponerse anteojeras y explayarse con corifeismo. De ninguna manera nos hace daño identificarla y reconocerla.

Supongo que el mismo presidente Abinader y otros funcionarios sensatos en el Gobierno aplaudirían y acogerían las sinergias del liderazgo local y las autoridades, sin importar banderías políticas, para prevenir el caos y fallas de origen al destino turístico.

Como primeros dolientes, a nosotros nos corresponde actuar sin temor, sin oportunismo, lejos del lambonismo.   

Nuestra realidad social urge de una mirada crítica, reflexiva, integral, si no deseamos el fracaso. La lección de Verón debería servirnos para algo. 

Frente a la atmósfera gris que nos cubre, sin embargo, no se trata de salir corriendo a hacer piruetas con operativos que solo sirven para hacer bultos en los medios de comunicación y contribuir al ocultamiento de la realidad. Mucho menos agredir a personas que, al final, son víctimas del sistema.

Entendamos que nuestro rol en la provincia debe ser de ciudadanos, veedores reflexivos, críticos y activos. Pensar el presente y el futuro de nuestra comunidad es vital.

Resulta mucho mejor actuar ahora, aunque duela, que lamentar después. 

Por Tony Pérez 

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