El orgullo de nuestro origen construye la grandeza dominicana y nos proyecta al mundo
En un artículo publicado hace dos semanas afirmaba que el “prestigio internacional favorece al país y sus negocios, entre ellos al turismo. Una buena imagen en el escenario político mundial, principalmente en las organizaciones internacionales, es una importante contribución al posicionamiento como destino turístico”, y explicaba que esto es importante porque “las experiencias de los últimos años reconfirman que este sector es uno de los principales motores de la economía”.
Ayer asistí al almuerzo mensual de la Cámara de Comercio Dominico Americana, en el que siempre se puede escuchar a algún actor importante del escenario local o internacional, esta vez a Roberto Álvarez, ministro de Relaciones Exteriores.
Pensaba que la noticia en su exposición sería alguna información sobre el desencuentro de la República Dominicana con su vecino Haití, provocado por la construcción de un canal para desviar las aguas del fronterizo río Dajabón, sin el previo acuerdo necesario para cumplir el pacto firmado por los dos países en 1929. Casi al final de su interesante exposición Alvarez pasó a confirmar que República Dominicana en el 2025 sería la sede de la décima Cumbre de las Américas y que ya un equipo estaba trabajando en ese tema.
Este es el evento político más importante del continente y en él se dan cita los mandatarios de todos los países de la región, y convertirá a la República Dominicana en el centro de atención de la prensa mundial, ofreciendo una proyección de impacto mayúsculo durante meses, y por lo tanto una promoción extraordinaria como destino turístico de clase mundial. Pero confieso que superando esta noticia, la parte más brillante de la charla estuvo en las palabras finales. Una reflexión sobre qué somos como nación, cuál es nuestra riqueza intangible y qué tenemos que hacer como pueblo para cuidarla.
Álvarez Dijo:
“Para fortalecer nuestra política exterior debemos seguir construyendo a partir de nuestra identidad nacional, seguir cuidando y fomentando la estabilidad política que disfrutamos, una ventaja de la cual no gozan muchos otros países de la región.
Nuestra nación se ha construido a sí misma y a partir de sí misma, con una identidad que empezó a forjarse hace más de dos siglos y medio. Fraguada en las prédicas de Fray Antón de Montesinos, en el ideario de Duarte, en las vegas del Cibao, en los hatos del este, en las rebeliones de Enriquillo y de Lemba, en los sables de Luperón, Monción, Salcedo y Polanco; en las familias inmigrantes que han acrisolado la identidad dominicana, y en los fogones de los hogares dominicanos.
Esta cohesión ha sido un factor esencial en la formación social
dominicana que nos ha permitido superar exitosamente numerosos
episodios adversos. Hemos tenido períodos de interrupciones en
varios aspectos de nuestro desarrollo, con períodos de retrocesos
siempre superados.
A pesar de las ocupaciones, desastres naturales, y otras calamidades, el pueblo dominicano nunca se ha sentido victimizado. Todo lo contrario, siempre ha manifestado con orgullo el control de su destino, aún en las horas más oscuras.
El pueblo dominicano respeta los orígenes de todas las naciones; celebramos los episodios de grandeza que a través de los siglos han hecho avanzar la dignidad, la libertad y la humanidad de la persona. Pero el pueblo dominicano también respeta a las naciones por lo que construyen día a día, semana tras semana, mes por mes, año por año, década tras década. Es así como se forjan naciones prósperas, estables y democráticas.
Ese, señoras y señores, es el sendero que hoy transitamos. Mientras más conscientes y orgullos de nuestros orígenes y más unidos frente al porvenir, mayor será la grandeza de nuestro futuro”.
Estas reflexiones de Alvarez son una interesante propuesta de como ver nuestra historia, lo que somos, y proyectarnos en el escenario mundial.