Racionalidad en la veeduría ambiental en Pedernales
Autor Tony Pérez
La conservación y restauración de los manglares, el respeto a los humedales, el cuidado extremo a flora, fauna, fuentes acuíferas y demás recursos de los parques nacionales Jaragua y sierra Bahoruco, así como el respeto al uso del suelo y a la distancia establecida para construcciones respecto de las playas de la provincia Pedernales son innegociables de cara al Proyecto de Desarrollo Turístico Pedernales y a los privados en proceso.
Laudable, entonces, que grupos locales y nacionales, conscientes, vigilen con celo el cumplimiento de las normas medioambientales en las iniciativas turísticas en esa provincia del extremo sudoeste de este territorio isleño-caribeño, a 307 kilómetros del Distrito Nacional.
Inaceptables, sin embargo, son las actitudes a todas luces movidas por intereses económicos, que –disfrazadas de pasión ecológica- se cuelan y promueven implícitamente el desinterés por el desarrollo turístico de Pedernales, una de las pocas vías disponibles para paliar un poco la creciente pobreza de la región Enriquillo, si no reproduce los tradicionales enclaves.
Casi 60 de cada 100 pedernalenses han sido tirados a la bochornosa categoría de la sobrevivencia.
El fundamentalismo medioambiental sin denunciar de manera sostenida el eterno incremento de la pobreza, los vicios, la inseguridad, falta de servicios básicos y el desamparo gubernamental y empresarial, ni mucho menos motorizar movimientos para mover la acción pública hacia la solución definitiva de tales males, representa un acto irresponsable y reprochable.
Ese radicalismo boicotea cualquier inversión en tal sector de servicios de la economía. Mínimo, retrasa su inicio.
Como podría retrasarlo el buscasonidismo mediático y el oportunismo político y económico que ahora le han dado por visibilizar un “amor especial” por la provincia Pedernales y las demás de la región Enriquillo (Barahona, Baoruco e Independencia), pese a su silencio largo acerca de la explotación impiadosa de sus recursos, el robo vulgar de la parcela 215-A (362 millones de kilómetros cuadrados) y el abandono centenario por parte del Estado dominicano.
Quien desee sinceramente el bien para nuestra región, debe sumarse a los esfuerzos del Gobierno y de empresarios privados, grandes y chiquitos, locales y nacionales, por desarrollar el turismo en la provincia Pedernales con el menor impacto posible al medioambiente.
El aprovechamiento de nuestros frágiles recursos no puede ser exclusividad de unos cuantos patrocinados por agencias extranjeras que prefieren santuarios intocables como reservas particulares.
Ni para beneficio de mafias locales que expolian la canelilla para vender cara a supermercados de la capital y depredan el guaconejo para exportar a Europa, vía Haití, y sacar esencias de finos perfumes.
Tampoco para caravanas de haitianos que exterminan los colmenares con todo y abejas, degüellan decenas de iguanas y depredan el lecho marino.
Se trata de bienes colectivos, y es el colectivo el que debe aprovecharlos desde la racionalidad.
Y el camino para lograrlo, en esta coyuntura, es el turismo sostenible, justo lo prometido por el Gobierno y los inversores privados que apuran otras iniciativas.
Respaldar con todas las fuerzas y velar porque el proyecto se desarrolle conforme lo prometido, con atención a un plan de ordenamiento territorial turístico municipal y con respeto absoluto al medio ambiente, corresponde a los pedernalenses y a los bienintencionados de otros pueblos, principalmente los de la urbe, donde se formatea la opinión pública.
Esa actitud infranqueable es más que necesaria en este momento delicado en que el proyecto estatal, mediante alianza público-privada, y el privado (Bucanyé) comienzan a tomar cuerpo, al tiempo que intereses contrarios, a través de sus portavoces, presagian fracaso rotundo.
No es tiempo para mediatintas. Ser o no ser.
La indefinición de los pedernalenses podría abrir las puertas hacia la sepultura de los proyectos en ejecución y alargar la tragedia sempiterna de precariedad en servicios de agua, luz, caminos vecinales, carreteras hacia comunidades agrícolas, comunicación telefónica, salud, educación, empleos, entretenimiento…
¡Vayamos todos en la misma dirección, sin mezquindades! Vayamos, pero siempre con ojo avizor, para que todo se haga bien, sin matar la naturaleza.